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Vía pacífica, vía única

Tenemos muchos espíritus juveniles que no conocen el peligro de su efervescencia. 

José María Luis Mora

La frase "vías pacíficas de tránsito a la democracia" a que alude el segundo tema de la Convención chiapaneca, supone que hay vías violentas y revolucionarias para alcanzar el mismo fin. La experiencia histórica de esta humanidad, ignoro si en otras galaxias sea distinta, sugiere que la violencia revolucionaria no ha sido jamás una vía para transitar a la democracia.

Es obvio que hay circunstancias que justifican el empleo de la violencia como vía de liberación nacional (las guerras de descolonización e independencia) o de libertad política (de allí la célebre teoría del tiranicidio formulada por el Padre Mariana en el siglo XVII). Pero la independencia nacional, la libertad y la democracia son cosas distintas.

La Revolución Francesa destruyó la monarquía pero no construyó la democracia: abrió una era de libertad, pero en su secuela trágica habilitó a Napoleón y preparó la interminable secuela de los bonapartismos. Todas las revoluciones socialistas de la historia, desde la de 1848 hasta la sandinista, creyeron en la violencia como "partera de la historia" (Marx), pero la criatura que vería la luz no fue la democracia sino un régimen que en la práctica, no en la inefable pureza de las ideas, la negaba.

¿Acaso se piensa que el tránsito de Alemania, Italia o Japón a la democracia se debió a la Segunda Guerra Mundial? Obviamente no, porque el designio de esos países era imponer al resto del mundo un régimen cerrado. Se dirá, en fin, que en México sí conocemos un caso de parto democrático violento: el maderismo. Pero bien visto, y aunque nos pese, el maderismo prueba justamente lo contrario: por la vía de las armas sólo triunfan las armas y tras ellas la dictadura o la anarquía. En 1911 Madero ganó la Revolución pero perdió lo que por siete años había construido: el difícil andamiaje de la democracia.

Lecciones

La verdadera lección histórica es la inversa: los regímenes autoritarios o totalitarios transitan a la democracia cuando los hiere a muerte aquello que Havel llamó "el poder de los que no tienen poder", el poder de las palabras, de los actos cívicos, de la resistencia civil. El modelo, por supuesto, está en Gandhi, que sin disparar un tiro doblegó al Imperio Británico. Es el caso de todos los disidentes del Este: el propio Havel, Adam Michnik y desde luego Sajarov, para citar a los más conocidos.

La paradójica fuerza de su impotencia y la poderosa fuerza de sus razones minaron el edificio del comunismo hasta que dentro del aparato apareció un hombre que decidió enfrentar la verdad: Gorbachov. Este anti-Lenin perfecto y quizá involuntario, ejecutó una doble liberación: de los países satélites y de los ciudadanos satélites. ¿Por qué lo hizo? A pesar del proyecto "Guerra de las Galaxias", la URSS no sufría acoso bélico directo del exterior. A pesar del desastre en Afganistán, su ejército seguía siendo uno de los más poderosos del mundo. A pesar de Chernobyl, la planta nuclear estaba intacta. Puertas adentro, muchos rusos creían en su supremacía mundial y puertas afuera nadie preveía la inminencia del derrumbe. (A mediados de los ochenta, Revel profetizó que las democracias no sobrevivirían al siglo XX).

Con enormes costos, la URSS podía haber mantenido el statu quo por algunos años. No lo hizo porque un hombre honesto del sistema, rodeado de otros hombres honestos del sistema, acosados por la acción cívica y la palabra de muchos hombres honestos que actuaban fuera del sistema, decidieron encarar la realidad y cambiar del único modo posible: radicalmente y en la paz. Así murieron el PCUS y sus congéneres. Finalmente, conviene recordar dos ejemplos recientes de tránsito pacífico, notables por las circunstancias adversas de las que ambos partieron: Chile y Sudáfrica.

Fuerza moral

Nuestro Gandhi moderno se llamó Salvador Nava. Quiso reformar al PRI desde dentro y no pudo. Sufrió torturas, encarcelamiento, vejaciones sin nombre. Al final de su vida, y a sabiendas de padecer un cáncer incurable, se empeñó en la lucha cívica que todos recordamos y que culminó con aquella larga marcha de San Luis Potosí al Zócalo. ¿Alguien imaginó entonces a Nava con pistola? Nadie, nunca. Su fuerza era moral. Con ella derrotó temporalmente al sistema en San Luis Potosí. De haber sobrevivido, Nava hubiese reformado de manera irreversible la vida política de San Luis Potosí.

La experiencia histórica del PAN y la tenacidad política del PRD son, ambas, variantes encomiables del mismo tema que Nava presentó entre nosotros: a la democracia por la vía de la resistencia civil y la presión pacífica. Quienes creen que existe una vía violenta para construir la democracia no hacen más que transferir la pasión revolucionaria vieja y desgastada, aunque anide en espíritus juveniles y efervescentes, a un campo cívico que no le corresponde. Con todo respeto para el Subcomandante insurgente Marcos, como constructor de la democracia me quedo con el ciudadano-insurgente Nava.

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