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Veracruz, 1914

Remover a un dictador que ha llegado al poder por un golpe de estado, encauzar a los grupos radicales que se le oponen, resguardar los intereses de las empresas petroleras, evitar el predominio de otras potencias, enseñar a los habitantes del desdichado país las ventajas de la democracia. ¿Bagdad, 2003? No: Veracruz, 1914.

Los viejos veracruzanos que el 21 de abril de 1914 veían desembarcar a las fuerzas expedicionarias (cerca de seis mil marines y soldados, al mando del Almirante Fletcher) recordaban con horror los bombardeos de febrero de 1847 ordenados por Winfield Scott contra iglesias, hospitales, casas y edificios públicos así como las posteriores escenas de violación, saqueos, robos y asesinatos. Más de 600 civiles mexicanos -entre ellos niños, ancianos y enfermos- habían muerto en aquellos hechos. Ante esa masacre, un futuro héroe de la Guerra Civil, el capitán Robert E. Lee, escribió a su esposa: "Mi corazón sangra por los habitantes".

La intervención de 1914 fue menos sangrienta: la etapa violenta duró un par de días. Los marines no enfrentaron un ejército regular (la guarnición federal se había retirado del puerto, sin ofrecer resistencia), sino a la población civil: barrenderos, policías, albañiles, carpinteros, comerciantes, presos, estudiantes. Cada familia guardaría al menos un gesto heroico: la prostituta "América" que plantó su canana en una azotea para disparar a los "gringos"; la joven Judith Oropesa que desde la azotea de su casa les arrojaba ladrillos; el cadete José Azueta que cubrió él solo, con una anticuada metralleta, la retirada de sus compañeros, los alumnos de la Escuela Naval, únicos que brindaron resistencia. Murieron 193 mexicanos (Azueta, entre ellos) y 19 estadounidenses.

La intervención no logró sus objetivos. Las fuerzas expedicionarias permanecieron nueve meses en el Puerto pero apenas influyeron en el curso de la guerra civil. Los pozos de la zona permanecieron productivos hasta el fin de la Revolución, sin necesidad de los marines. Las potencias europeas se replegaron de México, pero no por obra de la intervención sino de la Gran Guerra, que estalló en julio de 1914. Y, por supuesto, Wilson no logró "enseñar la democracia a los mexicanos".

Lo que la intervención sí logró fue avivar el resentimiento de los veracruzanos. Miles de personas emprendieron un éxodo tierra adentro, hasta esperar la liberación del puerto. Una minoría de empleados se avino a cooperar con el gobierno provisional de los Americanos. Una Junta Privada atendió, en paralelo, las necesidades de la población. Y, como era natural, el nacionalismo mexicano se avivó también, con consecuencias profundas y de largo aliento.

La experiencia de Veracruz arroja luz sobre las raíces del nacionalismo en otros países del Caribe, como República Dominicana, Nicaragua y Cuba: en todos los casos obedece a un mismo sentimiento de agravio por la presencia física del ejército invasor. En Cuba, esa presencia llegó al extremo de establecer un protectorado sobre la base de la total identificación de la política exterior de Estados Unidos con los intereses económicos de sus particulares. No es casual que un periodista cubano predijera en 1922 "el odio hacia los norteamericanos será la religión de los cubanos".

Asistimos al fin de ese ciclo. Desde 1989 los Marines no desembarcan en playas latinoamericanas. El discurso (entendiblemente) anti-yanqui de Castro, se volvió un artificio retórico en Chávez y una caricatura en Maduro. Por otra parte, los flujos migratorios y comerciales de la región son tan sustanciales y continuos, que han ido limando por sí mismos las viejas asperezas (si bien han creado nuevas, nacidas no del rechazo a Estados Unidos sino del rechazo de éstos a la legalización de los migrantes).

¿Algún Presidente estadounidense (o algún bloque parlamentario) se tomará el trabajo de estudiar esta historia de agravios, rencores, desconfianza, para intentar escribir, con "la otra América", un final feliz? Se trata de hechos concretos: llevar a cabo la esperada Ley de Migración, multiplicar la relación comercial, alentar el intercambio cultural, levantar el embargo a Cuba, cerrar Guantánamo, ser mucho más respetuoso y atento con los países de la región (su gente, no sólo sus gobiernos).

En cuanto a México, este 21 de abril hubiese bastado recordar a los caídos en Veracruz.

Reforma

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27 abril 2014